NECESITAMOS A DIOS PARA SER FELICES
(Salmo 1)

La felicidad es una necesidad. Para tener una vida plena, necesitamos ser felices. La Asamblea General de la ONU aprobó una resolución que reconoce la búsqueda de la felicidad como "un objetivo humano fundamental" e invita a los Estados miembros a promover políticas públicas que incluyan la importancia de la felicidad y el bienestar en su apuesta por el desarrollo.  Sin embargo, y esto lo declaro con toda convicción, que mientras los hombres no tengan a Dios, la felicidad que tanto buscan nunca podrá ser una realidad. Desde luego, al escuchar esta afirmación, alguien podría preguntar, ¿por qué necesitamos a Dios para ser felices?

NECESITAMOS A DIOS PARA SER FELICES, PORQUE LAS COSAS DE ESTE MUNDO PRODUCEN UNA FELICIDAD VANA.

Muchas personas piensan que la felicidad se logra por tener una casa grande y elegante, y que tenga todas las comodidades.  Creen que por tener uno o dos autos del año y bien equipados lograrán ser felices.  Creen que lograrán la felicidad con un buen empleo, o con un buen negocio que les proporcione buenas ganancias económicas.  Salud, dinero y amor son la clave, dirán otros más. Pero, ¿sabía usted que ninguna de estas cosas le lleva a una verdadera felicidad? Ni aunque las tuviese todas ellas. 

No, no estoy diciendo que todas esas cosas sean malas.  Tampoco estoy diciendo que lograr tenerlas por medio del trabajo honesto sea malo.  Lo que estoy cuestionando, es si tener tales cosas nos llevan a gozar una felicidad verdadera.  Sobre todo, a una felicidad estable y continua, no a estados de dicha temporal, sino a gozar total y permanentemente de la felicidad.

Entonces, pregunto nuevamente, ¿tener tales cosas resulta en felicidad para nosotros? La experiencia nos dice que no. Hay muchas personas que poseen todo esto y muchas cosas más y no son felices. Han luchado toda su vida por lograrlo y al final se dan cuenta que no era eso lo que les daría la felicidad.

La Biblia muestra esta triste realidad.  En Eclesiastés 2:1, luego que el escritor estuvo buscando la felicidad en la “sabiduría”, sin encontrarla, expone también su fracaso tras buscarla en los placeres, las posesiones y la alegría de este mundo.  Él dice, Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también era vanidad.”   Dos elementos que el hombre busca, la “alegría” y “los bienes”, y ambos resultan en un gran fracaso para lograr la felicidad, ¿por qué? Porque ambas cosas son “vanidad”.  ¿Cuánto dura la alegría causada por los bienes que se poseen? En esta vida, “la polilla y el orín corrompen” todos nuestros bienes, y “ladrones minan y hurtan”  lo que hemos logrado tener con muchos sacrificios (Mateo 6:19). Y si nuestra felicidad tiene esos fundamentos, entonces nuestra felicidad es tan vana como los fundamentos mismos.  Si construir una casa sobre la arena resulta en un terrible fracaso, fundamentar nuestra felicidad en la alegría que los bienes producen, no puede tener un resultado distinto, sino el mismo y miserable efecto.

Ante ese panorama gris y desalentador, no debemos ignorar la experiencia del escritor bíblico cuando escribe, “A la risa dije: Enloqueces; y al placer: ¿De qué sirve esto? Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida. Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles. Compré siervos y siervas, y tuve siervos nacidos en casa; también tuve posesión grande de vacas y de ovejas, más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén. Me amontoné también plata y oro, y tesoros preciados de reyes y de provincias; me hice de cantores y cantoras, de los deleites de los hijos de los hombres, y de toda clase de instrumentos de música. Y fui engrandecido y aumentado más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, conservé conmigo mi sabiduría. No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo; y esta fue mi parte de toda mi faena. Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol.” (v. 2-11).

¿Y la felicidad? Tan vana como todas las cosas que supuestamente la podían producir. Ni la buena salud, ni un buen trabajo, ni una buena casa, ni el dinero, ni el amor, nada de las cosas de este mundo puede llevarnos a la felicidad.  Si usted está buscando la felicidad en todas esas cosas, quedará frustrado y lleno de amargura, viendo como todo se desvanece, se acaba, se termina y su felicidad… igual de vana y corrupta como todas las cosas que ha logrado tener, y que quizás goza actualmente. 

Muchos que han puesto sus esperanzas en el dinero, y así lograr la felicidad que tanto desean, terminan frustrados al ver que cae la banca de valores, y mientras esta institución humana se derrumba, con ella se derrumba la felicidad de quienes pretendían ser felices por medio del dinero.  ¿Y qué tendrán a cambio? Su ruina será como la de aquellos que se enriquecían y hacían negocios en la gran ciudad identificada como la gran ramera.  Cuando cayó, cuando vino el juicio sobre ella, dice la Biblia, “Y los reyes de la tierra que han fornicado con ella, y con ella han vivido en deleites, llorarán y harán lamentación sobre ella, cuando vean el humo de su incendio, parándose lejos por el temor de su tormento, diciendo: ¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia, la ciudad fuerte; porque en una hora vino tu juicio! Y los mercaderes de la tierra lloran y hacen lamentación sobre ella, porque ninguno compra más sus mercaderías” (Apocalipsis 18:9-11). ¿Dónde quedaron las inversiones? ¿Dónde quedaron los buenos negocios? Ahora es una gran avalancha de pérdidas y una quiebra inevitable. ¡Adiós a la buena vida! ¡Adiós a la seguridad! ¡Adiós al prestigio! ¡Adiós a muchos amigos! ¡Adiós a la felicidad!

Si ha puesto su felicidad en manos de la fama, en cualquier momento verá que se cae el pedestal en donde le tenían sus fanáticos. En un momento verá que la difamación es mucho más fuerte que las alabanzas. Si busca su felicidad en el deporte, pronto sentirá el látigo de la fatiga, y aceptará con tristeza que hasta en los deportes entra la política, la intriga, la envidia y la traición. Pablo dijo que “el ejercicio corporal para poco es provechoso” (1 Timoteo 4:8), por lo que, de seguro no sirve para encontrar la felicidad allí.

¿Cuál es el error de fondo en creer que por medio de tales cosas se puede ser feliz? La confusión de dos conceptos es el problema. No es lo mismo vivir cómodos, que vivir felices. Uno puede vivir feliz sin vivir cómodamente. 

La vida cómoda produce una felicidad vana, una felicidad aparente, que no es real, que no tiene un buen sustento, ni mucho menos consistencia.  Es una burbuja, es una emoción resultante de la comodidad y la ausencia de problemas. Pero la verdad es que mientras vivamos aquí en la tierra no podremos estar 100 % cómodos y sin problemas. Nadie en la tierra ha podido vivir cómodo y sin problemas, por eso, mientras la felicidad sea buscada en la comodidad, entonces el fracaso es inevitable.

¿Qué hay de las personas? Tal vez la felicidad dependa de las personas que nos rodean. No obstante, nuestros padres, nuestros hijos, nuestra pareja nos puede fallar, y de seguro lo ha harán.  Desde el principio de la creación, podemos ver cómo la esposa y el esposo se fallan mutuamente.  Y así podemos seguir leyendo a través de las páginas de la Biblia y encontrar a hijos fallando a sus padres, a hermanos fallando a sus hermanos, al prójimo fallando y dañando a su prójimo.  Las noticias están llenas de esta verdad. Usted sabe que no miento, la violencia, los crímenes y toda clase de abusos e injusticias, nos muestra qué tan grave puede ser pretender encontrar la felicidad en el hombre. 

Ya hemos visto hacia diferentes direcciones para encontrar la felicidad. Hemos visto que ni las personas, ni los bienes, ni los placeres pueden darnos una verdadera felicidad.  Nada en este mundo puede darnos la felicidad que necesitamos.

Pero… esperen un momento.  Falta apuntar nuestra mente y corazón hacía otra dirección.  Hay todavía una persona que debemos considerar: Dios. Y este es el punto principal: Necesitamos a Dios para ser felices.  Pero, ¿por qué? ¿Por qué necesitamos a Dios?

PORQUE SIN ÉL NO SE PUEDE ALCANZAR LA FELICIDAD.

Esta verdad la vemos expresada desde las primeras páginas de la Biblia.  Adán, Eva y sus hijos, vivían en plena comunión con Dios, y eran felices. En sus vidas había armonía y buenas relaciones.  Sin embargo, cuando Adán y Eva tomaron la decisión de alejarse de Dios, entonces la desgracia se hizo presente.  Según el capítulo 3 del libro de Génesis, ellos llegaron a tener sentimientos e ideas que nunca antes habían experimentado.  Llegaron a sentir miedo y vergüenza.  En Génesis 3:8-10, leemos: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”.  Desde ese día, fatiga, sudor, espinos y cardos, dolor, humillación y muerte serían parte de su vida.  El panorama para ellos no era nada alentador.  ¿Y qué decir del golpe que recibieron sus corazones, al saber que Caín mató a su hermano Abel? El muerto es su hijo, pero lo es también el asesino.  Nunca antes la vida había sido tan amarga y dolorosa para ellos, ni para sus descendientes.

Dice Génesis 6:12, “Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.”  ¡El hombre sin Dios no sabe vivir!  Sin Dios se carece de sabiduría, y de bendiciones espirituales necesarios para alcanzar la felicidad.

Si Dios está con nosotros, entonces aprendemos a vivir.  La felicidad no es producto de lo que se tiene, ni de las condiciones en que se sufren. La felicidad es el resultado de saber vivir.  La mayoría de las personas no saben vivir. Pueden tener en abundancia o padecer necesidad, pero si no saben vivir, nunca podrán ser felices.

Mire lo que dice el apóstol Pablo en Filipenses 4:12, Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”.

Pablo tenía comunión con Dios, y con Dios aprendió a vivir, y las condiciones en las que vivía, no afectaban su felicidad. Por eso necesitamos a Dios para ser felices.

Si Dios está con nosotros, entonces aprendemos a vivir satisfechos.  ¿Cómo es que se puede vivir feliz, sin importar las condiciones de la vida? Dios nos enseña que eso se logra por medio del “contentamiento”.  El contentamiento es estar satisfechos en cualquier estado de vida, en cualquier situación, sea buena o sea crítica.

Pablo dice, “he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación.” (Filipenses 4:11).  Pablo ha sido enseñado sobre la postura de Dios con respecto a su situación.  Es así que este contentamiento resulta, precisamente, de la relación que Dios tiene con nosotros.  Cuando tenemos a Dios, en nuestra vida nada ocurre sin su conocimiento.  Él ve y conoce nuestra situación; entonces yo debo mirarla, no desde mi óptica, o desde la óptica del mundo, sino desde SU perspectiva.

Cuando yo veo mi situación, cualquiera que esta sea, desde la perspectiva de Dios, entonces no hay razón para la estrechez, no hay razón para la amargura, para el resentimiento, para la sensación de injusticia, para la queja.  Por el contrario, hay razón para el “contentamiento”, la satisfacción o la felicidad.  Necesitamos a Dios para ser felices.

Si Dios está con nosotros, entonces lo que nos ocurre tiene buenos propósitos. Dios puede sacar provecho de cualquier situación para transformarla en un viaje para su gloria, o incluso, para mi propio beneficio. Esto conlleva una serenidad profunda en toda situación, aún en la más trágica.

“Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno.” (Job 1:20-22)

“He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo.” (Santiago 5:11)”

Usted puede vivir confiadamente, y así, ser feliz sabiendo que Dios está con usted, y quiere hacer algo con su vida. Quiere usarle para su gloria, quiere usarle para bendecir a otros, quiere usarle para comunicar su amor y voluntad a otros.

NECESITAMOS A DIOS PARA COMENZAR DE NUEVO.

Hay muchos males en el alma que no le dejan vivir feliz. La culpa, el rencor, el odio, el pecado. Y solamente Dios tiene poder sobre todos esos males de alma. Cristo dijo, “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lucas 4:18-19).

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados (Colosenses 2:13).

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